JOSÉ ANTONIO CAMPOS – Los tres cuervos.
—¡Mi general!
—¡Coronel!
—Es mi deber comunicarle que ocurren cosas muy particulares en el campamento.
—Diga usted, coronel.
—Se sabe, de una manera positiva, que uno de nuestros soldados se sintió ligeramente indispuesto, en un principio; luego creció su malestar; más tarde experimentó una terrible angustia en el estómago y por fin vomitó tres cuervos vivos.
—¿Vomitó qué?
—Tres cuervos, mi general.
—¡Cáspita!
—¿No le parece a mi general que éste es un caso muy particular?
—¡Particular, en efecto!
—¿Y qué opina de ello?
—¡Coronel, no sé qué opinar! Voy a comunicarlo en seguida al Ministerio. Con que son…
—¡Tres cuervos, mi general!
—¡Habrá alguna equivocación!
—No, mi general; pero son tres cuervos.
—Bueno, convengo en ello, aunque no me lo explico; ¿quién lo informó a usted?
—El comandante Epaminondas.
—Hágale usted venir en seguida, mientras yo transmito la noticia.
—Al momento, mi general.
♦
—¡Comandante Epaminondas!
—¡Presente, mi general!
—¿Qué historia es aquella de los tres cuervos que ha vomitado uno de nuestros soldados enfermos?
—¿Tres cuervos?
—Sí, comandante.
—Yo sé de dos, nada más, mi general; pero no de tres.
—Bueno, dos o tres, poco importa. La cuestión está en averiguar si en realidad figuran verdaderos cuervos en el caso de que se trata.
—De figurar, figuran, mi general.
—¿Dos cuervos?
—Sí, mi general.
—¿Y cómo ha sido eso?
—Pues la cosa más sencilla, mi general. El soldado Pantaleón dejó una novia en su pueblo, que, según la fama, es una muchacha morena con mucha sal y pimienta. ¡Qué ojos aquellos, mi general, que parecen dos estrellas! ¡Qué boca! Traviesa la mirada, juguetona la sonrisa, cimbreador el talle, alto el pecho y un hoyito delicioso en cada mejilla…
—¡Comandante!
—¡Presente, mi general!
— Sea usted breve y omita todo detalle inoficioso.
—¡A la orden, mi general!
—¿Qué hubo, al fin, de los cuervos?
—Pues bien: el muchacho estaba triste por la dolorosa ausencia de aquella que sabemos, y no quería probar el rancho, ni probar nada, hasta que cayó enfermo del estómago y le dio por vomitar sin término. En una de esas ¡puf!… dos cuervos.
—¿Usted tuvo ocasión de verlos?
—No, mi general; soy referente.
—¿Y quién le dio a usted la noticia?
—El capitán Aristófanes.
—¡Acabáramos! Dígale usted, que venga inmediatamente.
—¡En seguida, mi general!
♦
—¡Capitán Aristófanes!
—¡Presente, mi general!
—¿Cuantos cuervos ha vomitado el soldado Pantaleón?
—Uno, mi general.
—Acabo de saber que son dos, y antes me habían dicho que tres.
—No, mi general, no es más que uno, afortunadamente; pero, con todo, salvo la respetable opinión de mi jefe, me parece que basta uno para considerar el caso como un fenómeno inaudito…
—Pienso lo mismo, capitán.
—Un cuervo, mi general, nada tiene de particular, si le consideramos desde el punto de vista zoológico. ¿Qué es el cuervo? No le confundamos con el cuervo europeo, mi general, que es el corvus corax de Linneo. La especie que aquí conocemos está incluída en la numerosa familia de las rapaces diurnas, y yo tengo para mí que se trata del verdadero y legítimo Sarcoranfus, puesto que representa las respectivas cararúnculas alrededor de la base del pico, en lo cual se diferencia del vultur papa, del catartus y aun del mismo californianus. Difieren, no obstante, las ilustradas opiniones de los zoólogos en la palabra gallinazo.
—¡Capitán!
—¡Presente, mi general!
—¿Estamos en la clase de Historia Natural?
—No, mi general.
—Entonces, vamos al grano. ¿Qué hubo del cuervo que vomitó el soldado Pantaleón?
—Es positivo, mi general.
—¿Usted lo vio?
—Tanto como verlo no, mi general; pero lo supe por el teniente Pitágoras, que fue testigo del hecho.
—Está bien. Quiero ver en seguida al teniente Pitágoras.
—¡Será usted servido, mi general!
♦
—¡Teniente Pitágoras!
—¡Presente, mi general!
—¿Qué sabe usted del cuervo?
—Ya, mi general; el caso es raro en verdad; pero ha sido muy exagerado.
—¿Cómo así?
—Porque no es un cuervo entero el de la ocurrencia, sino parte de un cuervo, nada más. Lo que vomitó el enfermo fue una ala de cuervo, mi general. Yo, como es natural, me sorprendí mucho y corrí a darle aviso a mi capitán Aristófanes; pero parece que él no me oyó la palabra ala y creyó que era un cuervo entero; a su vez llevó el dato a mi comandante Epaminondas, quien entendió que eran dos cuervos y pasó la voz al coronel Anaximandro, quien creyó que eran tres.
—Pero… ¿Y esa ala o lo que sea?
—Yo no la he visto, mi general, sino el sargento Esopo. A él se le debe la noticia.
—¡Ah diablos! ¡Que venga ahora mismo el sargento Esopo!
—¡Vendrá al instante, mi general!
♦
—¡Sargento Esopo!
—¡Presente, mi general!
—¿Qué tiene el soldado Pantaleón?
—Está enfermo, mi general.
—Pero ¿qué tiene?
—Está trasbocando.
—¿Desde cuando?
—Desde anoche, mi general.
—¿A qué hora vomitó el ala del cuervo que dicen?
—No ha vomitado ninguna ala, mi general.
—Entonces, pedazo de jumento, ¿cómo has relatado la noticia de que el soldado Pantaleón había vomitado una ala de cuervo?
—Con perdón, mi general, yo desde chico sé un versito que dice:
Yo tengo una muchachita
Que tiene los ojos negros
Y negra la cabellera
Como las alas del cuervo!
Yo tengo una muchachita
… … … … …. … … … …
—¡Basta, majadero!
—Bueno, mi general, lo que pasó fue que cuando vide a mi compañero que estaba gomitando una cosa obscura, me acordé del versito y dije que había gomitado negro como el ala del cuervo.
—¡Ah diantres!
—Eso fue todo, mi general, y de ahí ha corrido la boquilla.
—¡Retírate al instante, zopenco!
Dióse luego un golpe en la frente el bravo jefe y dijo:
—¡Buena la hemos hecho! ¡Creo que puse cinco o seis cuervos en mi información, como suceso extraordinario de campaña!
*José Antonio Campos (Ecuador; 1868-1939); en VV.AA., Los mejores cuentos americanos, Barcellona, Casa Editorial Maucci, [1914]
Una traduzione italiana (fp, 2016), con note sull’autore, si può leggere in «S-composizioni in Rivista»: I tre corvi / Los tres cuervos
Tenía años buscando este cuento, muchas gracias.